Este domingo 21 de abril, acudimos con la familia a la Parroquia Nuestra Señora del Rosario en la comunidad de Manoguayabo. El motivo: el bautismo de Abel José, mi ahijado.
El padre Héctor, párroco de la comunidad y oficiante de la ceremonia, centró su mensaje en la parábola del buen pastor. Mientras el sacerdote decía que «el buen pastor da su vida por sus ovejas», no pude evitar pensar y hacer comparaciones con el cooperativismo.
Las cooperativas, por definición, son asociaciones de personas. Este concepto fue establecido en el congreso de la ACI en Manchester, Reino Unido, en 1996. Estas asociaciones están integradas por un número variado y no limitado de miembros. Internamente, definen estructuras de gobierno compuestas por diferentes organismos, tales como la Asamblea General de Asociados, el Consejo de Administración, el Consejo de Vigilancia, el Comité de Crédito y, en algunos casos, otros que deben figurar en los Estatutos Sociales.
El universo de los integrantes de una cooperativa constituyen las ovejas, pero ¿quién o quiénes vienen a ser los pastores? Se supone que son hombres y mujeres probos, con condiciones humanas especiales y con amplia formación en la doctrina cooperativa. Son aquellos que reconocen los pilares de la doctrina cooperativa: igualdad, libertad y solidaridad. Estos pastores viven en apego estricto a los principios y valores cooperativos.
Como buen pastor, el cooperativista sabe que el verdadero cuidado va más allá de las palabras. Cada día, se compromete a dar lo mejor de sí por aquellos que están a su alrededor. Porque en cada gesto de amor y dedicación, encontramos el verdadero significado de dar nuestra vida por quienes valoramos.
Entonces, amigo lector, ¿a quién piensa usted que le corresponde el rol del buen pastor cooperativo?»