Por Abril peña
La involución en valores es tan marcada que lo que antes era una vergüenza hoy pasa desapercibido, hace unos años que un político se desdiciera a sí mismo era motivo de escarnio público, hoy, sólo es motivo de memes y se ve muy normal la ambivalencia en las posiciones.
Pero luego llegó el momento de los saltos de garrocha, de izquierda a derecha o viceversa, dejando demostrado que finalmente las ideologías no son más que discursos de campaña, pero peor aún, uno ve políticos que solo les ha faltado en sus partidos de orígen, bañarlos y cambiarles la ropa, casos de tal magnitud que le deben casas, vehículos, estudios, libertad, estudios y hasta salud a sus antiguas partidos y/o líderes y hoy son los peores detractores.
Si bien los favores no se sacan en cara y que por su mejoría hasta la casa se dejaría, y que se podría decir que el trabajo político realizado es el pago justo por los favores recibidos, pero lo cortés no quita lo valiente y no debería ser el papel de los renunciantes el de convertirse en la espina en el costado de sus antiguas casas, porque como dicen por ahí no hay peor cuña que la del propio palo.
En algún momento se entenderá que aquel que salta por prebendas y no por principios o por una situación de irrespeto a sus derechos y/o crecimiento, no sirve para el que dejó, pero tampoco para el que lo recibe, por muchos votos que tenga y de algun@s de los renunciantes, la cola que pisar le da la vuelta a la isla si se da como bueno y válido la mitad de lo que se comenta en los corrillos políticos.
El pragmátismo deberia tener límites, pero como se ve, en política, por votos fácilmente se vende el alma al diablo. Después de todo en la guerra hasta lo inmoral se vale. ¡ Al que le sirva el sombrero que se lo ponga!