La palabra cáncer suele robarles a las personas, con legítimas razones, el sueño y la ilusión de vivir.
La palabra cáncer, cuando te la pronuncian como una condición de salud que tienes, es radical, aplastante y definitiva. Para mucha gente, es casi una sentencia que marca el principio del fin de la vida. Pero, afortunadamente, eso no es así, ya.
Claro que tener cáncer no es motivo para celebrar nada. Pero tampoco lo es para lamentarse de nada. La contingencia es un llamado a ser, a moverse, a persistir en el apego a la vida y a estar preparados para cualquier resultado posible.

El cáncer ha de llevarnos a mirar si nuestra propia vida, ella como existencia vivida, ha tenido sentido y ha valido los esfuerzos hechos para impulsarla como
La experiencia de vivir con el cáncer es personal. Esa convivencia es para cada quien única. Nadie tiene todas sus respuestas y nadie puede formular todas sus interrogantes, aun cuando estemos permanentemente mente expuesta a ser nicho de mercado de contenidos (libros, programas, documentales, reportajes y crónicas, por lo que se debe apartar el mercadeo inspiración de la real esencia del convivir con la adversidad, de la cual solo es responsable, quien la vive.
El avance de la ciencia, la fortaleza de la fe, la gama amplia de un conjunto de medicamentos, la creatividad de los tratamientos, el apasionamiento de quienes investigan y tratan esta condición de salud, ha reducido el cáncer a ser casi una adversidad crónica, siempre que el diagnóstico se haya producido a tiempo.
El poder del pensamiento creativo puede ser fundamental a la hora decisiva de enfrentar grandes retos. Instalación llamada Pizarra de Caracteres Móviles, creación del autor de este trabajo. Es un instrumento dirigido a profesores. Una pizarra para escribir y realizar operaciones matemáticas, todo con base en papel. Fuente: Origami Caribeño.2016
Lo positivo que tiene ser paciente de cáncer, es que obliga a detenerse, a reflexionar, a analizar nuestra capacidad de resistencia, nuestra fortaleza, nuestras concepciones. Y nos lleva a un horizonte en el cual, el sentido de auto culpa, ¿queda excluido y sobran las preguntas como ¿Por qué a mí?
Llegó el cáncer. Bien. Solo ha ocurrido eso: que llegó. Y su permanencia debe servir para más que lamentarse, para más que enfrentar los costos de una enfermedad catastrófica, debe coadyuvar para que se pongan en movimiento los mecanismos socialmente establecidos para asistir a quienes son los pacientes.
El cáncer es una enfermedad por la que algunas células del cuerpo se multiplican sin control y se diseminan a otras partes del cuerpo. Es posible que el cáncer comience en cualquier parte del cuerpo humano, formado por billones de células. En condiciones normales, las células humanas se forman y se multiplican (mediante un proceso que se llama división celular) para formar células nuevas a medida que el cuerpo las necesita. Cuando las células envejecen o se dañan, mueren y las células nuevas las reemplazan. (Instituto Nacional del Cáncer de EUA, 2029)
Llegó el cáncer, se ha hecho presente ese crecimiento irregular, desordenado de las células, por las muchas razones que puede haber, de parte de quienes hemos sido los alteradores de ese orden establecidos, por nuestras actitudes, por nuestros consumos inadecuados, por nuestra falta de seguimiento a respeto a las normas adecuadas para vivir en salud.
Se debe aprender una nueva actitud, no solo ante el cáncer como alteración del estado de salud, sino, ante todo: ante dificultades, problemas, enfermedades y contingencias adversas que nos llegan, nos sirven para crecer, para ser mejores, para afinar nuestro sabor y ser de vida. Mil y mil veces, gracias va la vida.
Quienes escriben literatura de crecimiento, han tenido, frente al dolor, un idéntico discurso, uno que parece ser un patrón con variantes en la forma y los vuelos, siempre girando en torno a la dificultad como motivo para la inspiración. Es un discurso sabido.
El valor para coexistir con el cáncer es personal. Es, como las invitaciones a las cenas exclusivas de navidad o de las funciones de cine de primer nivel, intransferibles.
Vivo ahora con cáncer de garganta. Pero no lo proclamo como martirologio, ni para predisponer a quienes me conocen a un buen trato, o para promover en quienes no me conocen, una actitud admirable.
Es una experiencia. Un modo de vivir. Y no sé el del resultado final, frente a lo cual solo albergo esperanzas con una buena notación de fe, sumada a la certidumbre y la confianza que me genera el sistema sanitario a cargo de esta condición de salud.
Tener cáncer no es motivo para fiesta. Su aparición no justifica colgar guirnaldas de colores en mi puerta, ni ofrece condiciones para alegrarse. Pero tampoco es motivo para morirse en la víspera.
Me alegra ser como soy. Me satisface ser como he sido. Y espero seguir siendo en ese mismo sentir. He vivido con arreglo a valores que me norman. He cometido errores, que en más de una oportunidad he reconocido. No me siento el centro de nada, ni el desecho sobrante de los procesos que me rodean.
Me siento bien y vivo. Me siento en paz y con la fuerza necesaria para servir de referencia que cada quien necesite, sin aspirar a ser ni símbolo, ni héroe.
Mil y mil veces más, agradezco a la vida. Y reconozco el respaldo recibido, tal vez mucho y tal vez inmerecido.